Con valentía, un joven chimbotano cuenta breves pasajes de su vida para entender lo difícil que es ser homosexual en una sociedad discriminadora. 

Cuando se lo dije no paraba de golpearse.

—¡¿Por qué?! —se cuestionaba mientras se pegaba la cara y le daba puñetazos a la pared—. ¿Te violaron de niño? —me preguntó.

—Claro que no. ¿Por qué me preguntas eso? —le dije.

—Pero, entonces, ¿qué hice mal? ¡Maricón! —se reprochaba y no dejaba de golpearse.

Yo, en un rincón, lloraba.

—¿Acaso es un pecado? —le decía.

Era un 29 de mayo, el día de su cumpleaños. Habíamos festejado y brindado, y no había escogido “mejor” momento para contarle la verdad… que ese día.

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DESDE CHILE

“Las calles de Santiago son frías y solitarias a veces; me hacen recordar a mi niñez en Coishco, cuando era muy solitario y tímido. No me sentía completo”, me cuenta Jhon, mientras hace una catarsis sobre cómo empezó esta aventura de ser libre. “Hoy mi padre entiende que su hijo es homosexual. Las lágrimas ya no caen por la rabia y la frustración, ahora son de felicidad”, dice.

A sus 28 años de edad, Jhon está convencido de que la educación con enfoque de género es necesaria, pues ayuda a no estereotipar al hombre y la mujer en las tradicionales formas de comportarse. “Hay muchos hombres que son bastantes femeninos y no necesariamente son homosexuales. Necesitamos un mundo donde las personas puedan comportarse y ser como quieran ser”, argumenta.

Él se describe como el chico serio del barrio, que poco o nada interactuaba con sus vecinos. Además, recuerda que le tenía pavor a los “travestis”, término que erróneamente utilizaba para referirse a los gays.

“Yo no soy así; ellas son muy exageradas. Empecé a tenerles cierto rechazo. Entonces, ¿qué era yo?, me cuestionaba. Pasó mucho tiempo para comprender que lo que me pasaba era simplemente una orientación sexual, mas no un cambio de género”, me dice.

Sus recuerdos regresan a Perú. A los 21 años de edad, Jhon ya era una persona declarada abiertamente homosexual, gracias al apoyo de su madre y amigos de la universidad. Además, consiguió un oficio que le permitió ver la dura vida de quienes son diferentes.

“Empecé a trabajar como seguridad en una discoteca del distrito de Santa; allí vi la realidad. Las personas trans (persona transgénero) pertenecen a la comunidad más discriminada y odiada”, afirma, empezando a exaltarse. “Las veía ensangrentadas; se prostituían, les robaban el dinero, las golpeaban, las mataban. Ese no es el destino que quiero yo, ni para mis familiares, amigos o hijos”, sentencia tajante y termina la charla por un momento.

EXIGEN DERECHOS

En otro momento, ya más calmado, hablamos de las demandas del grupo LGTB. “¿Qué exigimos? Son muchas cosas. Los homosexuales actualmente hemos conseguido algunos derechos, pero las personas trans, no”, señala. “Yo considero que lo primordial, incluso antes del matrimonio gay, es la Ley de Identidad de Género, que a las personas trans se les considere de acuerdo al género en que se sienten representadas”, menciona.

En el Perú, la población trans sufre exclusión social, negación de su ciudadanía y violencia extrema.

“La mayoría de las personas trans se dedican a la prostitución, pero no es porque ellas quieran, se ven obligadas porque en otros trabajos las rechazan”, comenta.

Es medianoche en Santiago de Chile. Hace un paréntesis y al acercarse el Día Internacional del Orgullo LGTBI+, recuerda con nostalgia a su madre, a quien considera su pilar; la primera persona que supo de su homosexualidad fue ella. “No sé a dónde me lleve la vida, pero lo que sí sé es que siempre me veo con mi mamá, ella y yo siempre”, dice.

Jhon emigró en busca de trabajo a Chile, para cumplir sueños y darle una mejor calidad de vida a su madre, quien aún vive en Coishco, un distrito ubicado a seis horas de Lima, hacia al norte del Perú.

MERECEMOS RESPETO

Jhon menciona que es importante prever los crímenes de odio con educación. “La ley apunta al castigo, pero no a la prevención. Es importante prever con educación. Lo del enfoque de género ayudaría mucho”, agrega.

El 80 por ciento de las transexuales de América Latina mueren antes de los 35 años de edad, según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

En el Perú, la única protección legal contra los crímenes de odio es el Decreto Legislativo n.° 1323 que fortalece la lucha contra el feminicidio, la violencia familiar y la violencia de género. “Todos merecemos respeto, amar libremente. Seguimos viendo más crímenes de odio”, refiere Jhon.

Se hace tarde y tiene que irse. Pero antes, aclara algo que considera importante: la supuesta exageración de los suyos cuando celebran el Día de la Comunidad Gay. “Muchos se quejan de que la fiesta de la comunidad es como un carnaval y es muy exagerada. Entiendan: es una vez al año. Sentirnos libres al menos ese día, cuando tú, heterosexual, puedes hacer lo que te da la gana todo el año”, señala.

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Jhon hoy se siento pleno; es libre y feliz. Su familia le apoya, pero para eso ha pasado todo un proceso de aprendizaje. “Dejé de ser el niño tímido y hoy soy desinhibido. Trabajo dignamente. ¡Qué privilegiado soy! Pero ellas (las personas trans), ¿ellas lo son?”, interroga y se despide, dejando que los demás respondan la pregunta.

(Redacción El Ferrol)

 


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