Una mujer recorre campos agrícolas para conseguir alimentos con qué cocinar en una de las dos únicas ollas comunes de este cerro. Allí otras féminas la ayudan a dar de comer a los más vulnerables. Esta es una aproximación a su importante labor.

Es mediodía y el sol incandescente acompaña la algarabía de un grupo de niños que juega con una pelota vieja en un arenal. Ninguno lleva calzado y tampoco mascarilla. 

Mientras subimos en colectivo al cerro San Pedro, nos sumergimos en la terrible pobreza que se vive en Jesús de Nazaret, un asentamiento humano ubicado en las laderas del cerro San Pedro, a 15 minutos del centro de Chimbote, y sin embargo, olvidada por las autoridades. La trocha por la que avanzamos, por ejemplo, fue abierta por los mismos vecinos, comenta el chofer.  

Desde la esquina del estadio, obra inconclusa del Gobierno Regional de Áncash en el pueblo joven San Pedro, hasta lo alto del cerro, son unos 10 minutos en auto. Por la ruta, nos cruzamos con un mercado informal creado por los mismos pobladores, como un intento por subsistir. Nuestro vehículo finaliza su recorrido y nos deja cerca de la casa de Nerely Sarabia Copia, coordinadora de la olla común Cristo está con Nosotros.  

Nos asomamos a la casa de triplay y ladrillo donde Nerely y sus vecinos improvisaron una cocina con ollas y utensilios prestados. El menú de hoy viernes es arroz con guiso de pavita y papas sancochadas. Tuvieron suerte, pues las cuotas alcanzaron.

La mujer de 33 años de edad, que migró del departamento de San Martín cuando era adolescente, tiene planeado ir por la tarde al centro poblado de Cambio Puente, a recoger frutos y hortalizas  que sobran de las cosechas para conseguir alimentos para la olla común. Pero primero tiene que contabilizar cuántos vecinos dieron su cuota de un sol o dos soles, o según la voluntad de cada uno.

Tres ollas grandes, una cocina de mesa, unos cuantos utensilios de cocina y un par de bidones con agua con todas las herramientas que usan para alimentar a 33 familias.

La olla común Cristo está con Nosotros se creó desde el primer día de la cuarentena en el país. Hoy, a pesar de que esta disposición ya terminó, los almuerzos solidarios continúan gracias a la unión de los vecinos, a la colecta que realiza Nerely y a algunas donaciones.

“Ella se va a buscar víveres al mercado, o a veces se va a la chacra y trae papas, cebollas. Ella es la única que se moviliza.”, menciona Inaida Castro Milla, una de las beneficiarias y cocineras de la olla común.

Nerely recorre los campos agrícolas de Coishco y Cambio Puente en busca de alimentos para su olla común. “Una vez nos fuimos hasta Cascajal, pero eso nos salió más caro. Llegamos a las 7 de la noche a Chimbote con nuestro saco de papa”, dice sonriendo.

Nerely , la coordinadora de la olla común, recibiendo donaciones de ACAF para el desayuno de los próximos días. 

MUJERES VALIENTES

Inaida y Cinthia cocinaron hoy. La regla es que cada día dos integrantes de una familia se hagan cargo de la cocina, pero ellas son madres solteras así que hicieron pareja. Ambas tienen hijos pequeños. Inaida es la más joven, llegó de Pamparomás para cuidar al bebé de su hermana y ya tiene más de 7 años viviendo en Chimbote. Ella narra que su jornada empieza a las 8 de la mañana con el reparto del desayuno y termina a la 1.30 p. m. con el almuerzo. El desayuno de hoy fue arroz con leche.

Cinthia, por otro lado, cuenta apenada que su pequeño de un año de edad tiene anemia. El dato nos recuerda donde estamos, un lugar de pobreza extrema. Para ellos, la peste no solamente es una enfermedad llamada COVID-19, también lo es el hambre y la pobreza con la que batallan día a día.

El olor del almuerzo se siente en el aire y los vecinos van llegando con sus ollas. Algunos llevan puestas sus mascarillas, otros no. Inaida recibe felicitaciones por su sazón. También llegan niños que miran curiosos nuestras cámaras fotográficas.

—Donde come uno alcanza para todos— menciona Nerely que se emociona al hablar de sus vecinos.

Jesica Díaz Ríos es una de las beneficiarias de la olla común. Mientras espera su ración menciona que durante estos siete meses de cuarentena sobrevivieron como pudieron. Al principio, entre los mismos vecinos se turnaban para ir a pedir víveres a los mercados. “Por el camino encontrábamos insultos. Nos decían: ¡Haraganas, vayan a trabajar!”, recuerda con indignación.

Recalca que la unión es la clave que los ha mantenido fuertes durante la pandemia. “Quizás mi vecino no tiene medio kilo de arroz (para colaborar en la olla común), (entonces) yo le doy; pero acá nos apoyamos. Tal vez, por eso estamos durando”, manifiesta.

El reloj marca las 2 de la tarde. Nerely se sienta y toma un descanso, agradece a la Asociación Civil de Apoyo Familiar (ACAF) que les donó un saco de azúcar, cuatro bolsas de pan y varios paquetes de avena para el desayuno de los próximos días.

 Inaida, la joven de Pamparomás, preparando el menú del día para alimentar a 33 familias.

SIETE MESES SIN AUTORIDADES

El área de las invasiones del cerro San Pedro está conformada por 13 asentamientos humanos y según Nerely se crearon aproximadamente más de 30 ollas comunes, de las cuales hoy solo sobreviven dos. Y ambas pertenecen al asentamiento humano Jesús de Nazaret.

“No han venido a donar ni la municipalidad (provincial), ni otras autoridades. Al principio, estábamos emocionadas con las canastas de víveres (de la municipalidad provincial), pero no hemos sido beneficiarios ninguno de mi olla común”, precisa.

Nerely es madre soltera de dos pequeños niños y se ha dedicado antes, durante y después de la cuarentena a realizar labor social. Ella no tiene un trabajo remunerado. Sin embargo, recorre campos de cultivo consiguiendo donaciones para la olla común.

Recuerda que estuvo a punto de dejar su cargo de coordinadora en la olla común, pero sus ganas de ayudar pudieron más. “Un día me sentí cansada. Tengo hijos de 7 y 2 años de edad y ya no podía seguir representándolos”, menciona.

Mientras conversamos hay momentos en los que se quiebra y solloza, pues piensa mucho en sus vecinos que nos les alcanza para comer. 

Informa que las mujeres de la olla común necesitan una cocina, ollas y utensilios, pues lo que tienen son provisionales. “Yo pido que gestionen un comedor popular; somos familias que lo necesitamos”, dice y llora en silencio por unos minutos.  

Nerely espera que su olla común resista y dure muchos años más. “Gracias a todos los hermanos de buen corazón. Quien nos esté escuchando le pido que con lo poco que les sobra, traigan, aquí es bienvenido. Sea ropa, víveres, medicina o agua, con su apoyo podríamos apoyar a los demás”, expresa.

Thiago y Lucero, los hijos de Nerely, juegan descalzos afuera de su casa, mientras su mamá declara. Ella tiene en sus manos una libreta donde apunta la colaboración de sus vecinos, con quienes luego se reunirá para acordar el menú de la próxima semana.

Inaida, Nerely y Cinthia, mujeres valientes que han sacado adelante la olla común Cristo esta con nosotros.

SEGUIR RESISTIENDO

Es octubre y la cuarentena ya ha terminado. Sin embargo, el virus y la pobreza continúan. Felizmente, la labor de Nerely Sarabia y sus compañeras también persiste y promete seguir vigente tercamente hasta que alguna autoridad intervenga en su auxilio. Por ahora, solo ellas seguirán gestionando y buscando apoyo para su olla común y los suyos.

- Ves la nota de esta historia en video aquí 

(Redacción El Ferrol)


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