El chifa que le ganó a la pandemia

Verduras frescas, salteadas y variopintas, más trozos de carne condimentados, son flameados con esmero por Enrique Encinas Gonzales.

En su pequeña cocina hay verduras por doquier: col china, holantao, cebolla china, champiñones, pimiento y otras más que hoy le servirán para preparar pollo con verduras, un plato que será enviado a una familia de la urbanización Nicolás Garatea, en Nuevo Chimbote.

Estamos en Pekuy Ching, un chifa ubicado en la urbanización de Garatea, Nuevo Chimbote, Áncash, y que es propiedad de Enrique. Llamado como su bisabuelo chino- alemán, este restaurante es el negocio que él y su esposa Inés Durán Ruidias emprendieron en noviembre del año pasado y que, con sus platos estrellas:

el tallarín taypá y el Kam lun wantán, crecía día a día en ventas hasta que en marzo de este año, como a todo el Perú, la cuarentena por la pandemia detuvo de un momento a otro y regresó al punto de partida.

El emprendimiento de Enrique viene incluso de mucho más atrás. Hace más de 10 años, junto con un compañero de secundaria, decidió poner un chifa. Y pensó en ese negocio porque para él es algo natural.

Proviene de una familia cuyo negocio ha sido siempre la comida: su mamá tiene una cevichería, su hermana una pollería y su abuela es propietario de Don Lucho, una conocida y cevichería-restaurante de la urbanización Garatea.

El chifa era una realidad por un tiempo, pero después su amigo tomó un rumbo distinto y cerraron. Entonces, con el apoyo de su familia y de Inés, su compañera de vida, decidió abrir nuevamente el negocio el año 2014.

Al principio, ocupaba el local de la cevichería de su abuela durante la noche. Pero, desde noviembre del año pasado, él e Inés apostaron todo por su sueño y se trasladaron al segundo piso de la cevichería donde crearon su propio ambiente, para mayor comodidad de sus clientes.

“Para abrir este local invertimos todos nuestros ahorros; prestamos dinero al banco. En el segundo piso no había nada; todo es nuevo”, cuenta Inés.

Toda esa inversión y el esfuerzo de su trabajo valieron la pena. En los siguientes cuatro meses, las ventas no paraban de crecer y vieron con júbilo que su sueño ya era realidad. Entonces, la pandemia llegó.

No se detienen

Debido a la cuarentena estricta desde marzo, Enrique e Inés cerraron su local. Pero supieron resistir y apenas el gobierno autorizó la venta por delivery, resurgieron renovados.

Ahora, Enrique cocina, Inés recibe los pedidos y prepara los envíos, y un nuevo integrante, don Ángel, se encarga de repartir la comida en su mototaxi.

“En diciembre vendíamos el doble de lo que ahora vendemos”, dice Enrique. Sin embargo, esto no le desanima, pues gracias a su buena sazón, tiene una clientela fiel que sigue buscando sus platos.

En la actualidad, las jornadas son cansadas. Enrique e Inés dedican casi todo el día a su chifa. Pero no se quejan. Ambos tienen la firme convicción de que este mal tiempo pasará.

“No hay que perder la fe, ni las esperanzas; esto va a tener que pasar. Tenemos que aguantar, ahorrar y no sentarnos en nuestros laurales. La pandemia no es pretexto para no trabajar; si antes se trabajaba cuatro horas y ahora todo el día, pues hay que hacerlo; no hay pretexto”, sentencia Inés. Y tiene toda la razón.